La contrarreforma religiosa
La Cámara de Diputados está a punto de aprobar la más grande
contrarreforma religiosa y conservadora de los últimos 150 años.
Será
una contrarreforma que acabará con el Estado laico tal y como lo
conocemos ahora y que dará paso, aunque lo nieguen tanto los actores
políticos como los religiosos, a una etapa de reformas que podrían
incluir la educación religiosa en las escuelas públicas, la posibilidad
para las asociaciones religiosas de poseer y administrar medios
electrónicos de comunicación y la abierta participación política y
electoral de los ministros de culto.
La puerta que se está abriendo es
una reforma al artículo 24 de la Constitución, misma que cambiaría los
términos de libertad de creencias y de culto por el muy ambiguo y
equívoco de “libertad religiosa”. Lo trágico es que el partido que hará
esto posible será nada más ni nada menos que el PRI, el cual al parecer
apoyará con sus votos el objetivo que se propusieron los dirigentes del
Episcopado católico y Felipe Calderón desde 2006.
¿Por qué la jerarquía católica querría cambiar el artículo 24
constitucional?
Después de todo éste, que ya se cambió hace 20 años,
parecería garantizar de manera cabal la libertad de cada quien para
creer lo que quiera creer y para practicar su culto respectivo, con sólo
algunas restricciones mínimas provenientes de la necesidad de mantener
el orden público. El artículo en cuestión sostiene: “Todo hombre es
libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para
practicar las ceremonias, devociones o actos de culto respectivo,
siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley”.
Se
agrega que “el Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban
religión alguna” y que “los actos religiosos de culto público se
celebrarán ordinariamente en los templos” y que “los que
extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley
reglamentaria”.
En suma, el artículo en su actual redacción reconoce que
cada quien puede creer lo que quiera creer y practicar su religión como
quiera.
¿Por qué entonces el Episcopado católico se ha propuesto
cambiarlo?
La respuesta es simple: porque, a pesar de negarlo, en el
fondo su objetivo es la educación religiosa en la escuela pública, la
posesión de medios de comunicación electrónicos, la libertad para
participar abiertamente en cuestiones no sólo políticas sino electorales
y porque esa noción lo que sostiene básicamente es que ningún gobierno
le puede poner trabas legales a las agrupaciones religiosas para su
actuación. Los obispos apenas pueden ocultar —con un doble discurso— su
proyecto a mediano y largo plazo.
Hace apenas un mes, en el marco de la 92 Asamblea Plenaria de la CEM,
los obispos Víctor Rodríguez y Alfonso Cortés, secretario general y
responsable de la pastoral educativa de dicho organismo,
respectivamente, afirmaron que “el Estado tiene la obligación de dar
educación religiosa a los niños y jóvenes si sus padres de familia así
lo piden”.
El obispo Rodríguez Gómez habría aclarado “que la Iglesia
católica no pretende dar clases en las escuelas ni modificar la
Constitución para incluir la religión en la educación” y que “tampoco
promoverá la educación religiosa en las escuelas, ya que se puede
impartir en las parroquias y en el seno de las familias”.
Sin embargo,
al mismo tiempo, el obispo Rodríguez habría recordado “que el corazón de
la libertad religiosa consiste en que los padres puedan inculcar la
religión que prefieran” y agregó que “la iglesia laica [es decir los
fieles de la Iglesia que no son miembros del clero] no tiene la misma
restricción y ella sí podría emprender todo el camino legislativo para
conseguir que los padres de familia puedan obtener educación religiosa
para sus hijos en las escuelas”.
Y como para rematar acerca de lo que
están realmente señalando, los obispos católicos, al final de su
conferencia de prensa “insistieron en la necesidad de que el educando
reciba una educación integral que incluye su formación en los valores de
la verdad, el bien y la espiritualidad”.
En otras palabras, los obispos
católicos quieren introducir la llamada “libertad religiosa” a la
Constitución, para después poder reclamar el derecho de los padres a
educar religiosamente a sus hijos en la escuela pública. Y con ello le
estaríamos diciendo adiós a la escuela y la educación pública, laica y
gratuita en México.
Lo peor del caso es que el Episcopado, el gobierno de Calderón y
ahora hasta el PRI justifican su posición bajo el argumento de que se
tienen que alinear con los tratados internacionales y el respeto a los
derechos humanos en ellos incluidos. ¿Pero desde cuándo, me pregunto,
recibir educación en la escuela pública se convirtió en un derecho
humano? ¿Desde cuándo se volvió un derecho humano que las Iglesias
puedan poseer medios de comunicación electrónicos?
¿Cuándo decidimos que
las restricciones a la actuación política de los ministros de culto son
violaciones a los derechos humanos? ¿Qué nos los restringe también, por
ejemplo el derecho canónico de la Iglesia católica? Me pregunto si
detrás de este vuelco partidista están quizá las inconfesables promesas
de la próxima campaña electoral.